marzo 18, 2014

Cuando vivimos la sensación de pérdida, que puede ser de nuestros seres queridos, de nuestra juventud, de nuestra vida, experimentamos estados de tránsito que pueden abrir el corazón y la mente más allá de sus límites. Son estados tiernos, no agresivos, de final abierto. De alguna manera, sentimientos como la decepción, la vergüenza, los celos, la ira o el miedo son mensajeros que nos muestran, con claridad terrorífica, el lugar exacto donde estamos atascados. También son una invitación a seguir adelante cuando tal vez preferiríamos hundirnos y retirarnos.

Cada día se nos dan muchas oportunidades de abrirnos o de cerrarnos. La más preciosa se presenta cuando llegamos a ese lugar donde pensamos que no podemos soportar lo que está pasando, que las cosas han ido demasiado lejos.
Muchos no solemos considerar que esas situaciones tienen algo que enseñarnos y huimos de ellas como locos -de hecho todas las adicciones surgen en ese momento-. Pero cuando llegamos a nuestro límite, si aspiramos a conocer ese lugar de verdad -es decir, si aspiramos a no ceder ni reprimir- una dureza se disolverá en nosotros.

Si logramos aceptarla, la energía de la ira, la decepción o el miedo nos traspasa el corazón y nos abre. Por eso, más que un obstáculo o castigo, llegar a los límites es como hallar el pasadizo hacia la salud y la bondad incondicional de la humanidad.

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Victoria Pérez

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Sobre la autora

Soy Victoria Pérez y trabajo con estudiantes y profesionales de las terapias naturales y la gestión emocional para completar su formación y acompañarles mientras construyen su sueño de tener una consulta viva, rentable y a su estilo.