El sentimiento de culpa nos conecta con el miedo a no ser aceptados, acaso nuestro temor más profundo. Por eso la culpa concentra tanto poder.
Los sentimientos de culpa que nos permiten rectificar pueden resultar útiles, mientras que otros suponen sólo un lastre que limita nuestras posibilidades y genera inútiles sentimientos de malestar. No es fácil desprenderse de esta culpa, pues suele estar profundamente arraigada en la forma de pensar y en las propias emociones. Sin embargo, hay ciertas pautas que pueden ayudar.
Reconocer los sentimientos de culpa. Un primer paso es analizar con la mayor sinceridad posible cuáles son nuestros sentimientos de culpa y en qué situaciones aparecen. Algunos sentimientos de culpabilidad están ligados a tabús sociales, otros a dependencias emocionales… Conviene saber distinguirlos y ver en qué medida nos afectan a nivel personal.
Expresar. Una vez identificado lo que nos hace sentir culpables, puede ser útil comentarlo con una persona de confianza, pues esto ayudará a ver con mayor claridad si la culpa tiene una base real o no. Un coach sería la figura ideal para esto. A menudo existe una barrera de vergüenza y pudor, pero si se traspasa y estos sentimientos se expresan disminuye su poder.
Reaccionar de forma diferente. En cuanto surja el sentimiento de culpa puede hacerse lo contrario o algo diferente a lo que se hacía normalmente, pues la respuesta habitual ha contribuido a mantener la culpa. Por ejemplo, negarse a hacer lo que espera el otro, observar qué sentimientos aparecen, o bien intentar una acción constructiva en vez de anclarse en el victimismo. La PNL tiene herramientas muy efectivas para esto.
Reconocer las propias limitaciones. Muchos sentimientos de culpa se generan por autoexigencias muy elevadas, o por responsabilizarse de asuntos o sufrimientos ajenos, en los que la culpa tampoco ayuda a encontrar solución. Aceptar que uno no puede llegar a todo puede ser difícil, pero necesario. Siempre quedará espacio para la acción y la mejora en una medida razonable.