Al descubrir que hay algo que no podemos cambiar, lo mejor es aceptar la situación, aprender lo que haya que aprender… y seguir adelante.
Superar el sentido de omnipotencia o de culpa -fruto de la inseguridad- es esencial para disfrutar de lo que se tiene.
Observar cómo todo en la naturaleza es finito: el día, las estaciones, las tormentas… la vida…
Aprender a fijarse en lo que se tiene más que en lo que falta, pero sin perder de vista los objetivos.
Hacer el ejercicio de preguntarse quién o qué somos más allá de la profesión, los papeles que podamos ejercer a nivel familiar o social o nuestros bienes materiales.
Escuchar a quien ha tenido pérdidas importantes -humanas o materiales-. Su experiencia ayuda a relativizar el valor de las cosas. ¿Cómo lograron superar esas circunstancias adversas? ¿Qué les ayudó a seguir adelante y no desanimarse?
Hacer una lista de las propias capacidades y otra de las limitaciones. Conocer el potencial de superación personal no está reñido con tener una visión realista de uno mismo: nadie debe infravalorarse pero tampoco dejarse llevar por un sentimiento de grandiosidad.
Aprender a tomar decisiones realistas y ser consciente de que cada elección comporta una renuncia. Nadie puede tenerlo todo, ni ser aceptado por todos, ni querido exactamente como desearía
Ante cualquier decisión, tener en cuenta lo que se siente y preguntarse si esa opción puede aumentar la felicidad o no.
Aceptar el error como algo tan inevitable como valioso; sin error no hay aprendizaje.
No compararse con los demás, pues hacerlo lleva a sentirse «perdedor» tarde o temprano. Quien quiere caerle bien a todos, no logra caerse bien ni a sí mismo.
Aceptarse como se es no excluye el esfuerzo para superarse.