Ser consciente de nuestros pensamientos nos permite acceder a un nivel más profundo de nuestra identidad.
Con seguridad, si nos acercamos demasiado a contemplar un cuadro, nos será difícil apreciar su belleza o ver qué hay dibujado en él. Con nuestros pensamientos ocurre lo mismo. Si nos apegamos demasiado a ellos, no podremos escucharlos ni observarlos con claridad, necesitamos activar nuestro yo observador desde cierta distancia.
Tenemos un yo que está formado por nuestras creencias y valores, y tal vez esquemas que por su rigidez nos conducen al sufrimiento y que se alimentan de conceptos como «debo», «tendría que», «siempre» o «nunca». Es un yo condicionado por lo que ocurre.
Luego está nuestro yo más auténtico, profundo, observador.
Más allá de los juicios, observar es más que ver, es ser consciente, prestar atención plena, libre de esos juicios y justificaciones. ¿Qué siento realmente? ¿Como se siente mi cuerpo?
Y para poder acceder a ese silencio, para poder observar y hallar ese yo más profundo, necesitamos acallar el murmullo de nuestros pensamientos, tal vez con meditación, o mindfulness, practicando la plena conciencia al comer, al caminar por la calle.
Conviene replantearse las rutinas cuando son demasiado rígidas, puesto que impiden saborear el momento y pueden llegar a convertirse en una cárcel.
Para Walter Riso, autor de El arte de ser flexible, «la flexibilidad mental es mucho más que una habilidad o una competencia: es una virtud que define un estilo de vida y permite a las personas adaptarse mejor a las presiones del medio. Una mente abierta tiene más probabilidades de generar cambios constructivos que redunden en una mejor calidad de vida y en la capacidad de afrontar situaciones difíciles».